“Sin elegancia del corazón, no hay elegancia”
Yves Saint Laurent
Ser elegante no es solo una cuestión de estilo. La elegancia es ante todo una manera de ser y de sentir, es la imagen que enviamos al mundo. Ser elegante incluye un físico, un estilo, una actitud y unos comportamientos, pero es también el arte de vivir, es decir cómo sientes, como eres y cómo actúas. La verdadera elegancia es la expresión de uno mismo sin afectación.
La elegancia se consigue, por tanto, eligiendo lo que uno mismo es internamente. Sólo así se evita la afectación, enemiga de la elegancia. La elegancia es la traducción exterior de un individuo. Pero, en realidad, hay que elegir lo más noble de uno mismo, alejando lo trivial ‑tan abundante en nuestra vida‑ y lo vulgar.
Si la elegancia es fruto de la elección, es elegante aquel o aquella que sabe escoger lo mejor. La palabra se deriva de “elegans”, que proviene del verbo latino “Elegire” (elegir). Consiste en saber elegir las prendas en función de una serie de cualidades, como pueden ser nuestras propias características, la ocasión, la hora, el lugar.
En efecto, la clave de la elegancia se encuentra entre dos ejes complementarios, los recursos visibles que conforman tu apariencia, la elegancia exterior, y los recursos invisibles de tu interior, la elegancia del corazón y tu riqueza interior, que provienen de lo que sucede dentro de ti. Es lo que permite una imagen visual agradable de tu persona.
La buena noticia es que elegancia sí se puede aprender. Requiere equilibrio personal y dominio del movimiento utilizándolo con serenidad y no con precipitación. Es una cualidad personal que debe ser aprendida y cultivada. La elegancia, por su vinculación con la expresión, tiene que ver con la personalidad y el carácter de las personas.